Crítica de cine: "Los inmortales" (1986) de Russell Mulcahy
Pocas películas representan mejor el fenómeno del culto cinematográfico que Los inmortales (Highlander, 1986). Estrenada con tibia acogida en su momento, la cinta dirigida por el australiano Russell Mulcahy, conocido por sus innovadores videoclips de rock, ha sobrevivido al paso del tiempo —y a sus irregulares secuelas— para convertirse en una referencia ineludible de la cultura pop de los años ochenta.
La premisa original surgió en 1982, cuando Gregory Widen, un estudiante de la Universidad de Tulane en Nueva Orleans, viajó a Escocia para su tesis sobre la historia de las guerras del clan MacLeod. Fascinado por las leyendas de guerreros eternos, Widen escribió un relato sobre un grupo de inmortales que se enfrentan en secreto a lo largo de la historia, y cuyo único modo de morir es siendo decapitados, hasta que solo quede uno para recibir “El Premio”.
La película contó con un presupuesto de producción estimado entre 16 y 19 millones de dólares. Se rodó en Escocia, Londres y Nueva York, destacando por su fotografía atmosférica y sus duelos con espadas. La banda sonora, compuesta por Michael Kamen y complementada con temas de Queen como “Princes of the Universe” o “Who Wants to Live Forever”, fue clave en su identidad.
El francés Christopher Lambert dio vida a Connor MacLeod, un guerrero inmortal escocés condenado a sobrevivir a través de los siglos. A su lado, Sean Connery interpretó al sabio Ramírez, mentor y figura paterna del protagonista. El villano Kurgan, encarnado por Clancy Brown, aportó una dosis de brutalidad y carisma que lo convirtió en uno de los antagonistas más recordados del cine de fantasía de los ochenta.
Lambert recordó en una entrevista:
“Era un guion extraño, nadie sabía si funcionaría. Pero había algo muy humano en esa historia sobre la eternidad y la pérdida”
Al final, resultó un fracaso comercial en su estreno en cines. Recaudó apenas 13 millones de dólares a nivel mundial, quedando por debajo de su costo de producción. Pero con el paso del tiempo, el efecto nostalgia y su estética única la elevaron al estatus de película de culto.
A pesar de su modesta acogida inicial, Los inmortales se convirtió en un fenómeno cultural. Frases como “¡Solo puede quedar uno!” se volvieron icónicas, y su universo se expandió en múltiples secuelas y series de televisión. La película influyó en otras obras de fantasía y acción, y su mezcla de historia, mitología y ciencia ficción inspiró a creadores posteriores.
Durante los años noventa, Highlander revivió gracias a una exitosa serie de televisión protagonizada por Adrian Paul. Sin embargo, las secuelas cinematográficas —como Highlander II: The Quickening (1991) o Highlander: Endgame (2000)— no lograron replicar el encanto del original y fueron duramente criticadas por su incoherencia argumental.
Pese a ello, el universo Highlander se mantuvo vivo en cómics, videojuegos y convenciones de fans, consolidando su estatus de saga de culto.
Los inmortales es, en esencia, una película sencilla y entretenida que triunfa gracias a su estilo videoclipero, un concepto audaz, un elenco carismático y una de las mejores bandas sonoras del cine de los ochenta. Su éxito tardío y su estatus de culto demuestran que, a veces, el tiempo es el mejor crítico, y que la nostalgia puede convertir las imperfecciones técnicas en encanto cinematográfico. Solo puede quedar una, y esa es, sin duda, la película original de 1986.
