Junto al cementerio de Tepeyac, cerca de Ciudad Juárez, hay
un gigantesco agujero humeante. El cráter, de unos 15 metros de diámetro y
unos 7 metros
de profundidad, lo acaba de abrir un proyectil que llegó desde el norte y se
precipitó al suelo hacia las 19.30h. Han pasado veinte minutos y los primeros
en llegar son varios policías y curiosos que han visto el cohete avanzar por el
cielo e impactar con gran violencia. Entre la multitud, un tipo que vio el
proyectil aproximarse dice haberlo reconocido: lo que acaba de caer en la
frontera mexicana, asegura, es un misil V-2, fabricado por los alemanes, igual
que los que cayeron sobre Londres durante la guerra.
Es jueves, 29 de mayo, y estamos en 1947. La Segunda Guerra
Mundial ha terminado hace más de dos años y lo que dice el tipo de las gafas no
tiene ningún sentido. ¿Cómo iba a llegar un cohete nazi hasta este lugar y a
estas alturas? En Ciudad Juárez y El Paso el incidente ha provocado cierta
alarma. Ismael estaba jugando en el patio cuando escuchó una tremenda explosión
y vio una estela de humo en el cielo. A continuación, una segunda sacudida hizo
temblar la tierra.
En la ciudad mexicana la gente salió de sus casas y
empezaron los rumores. Algunos hablaban de una furgoneta llena de explosivos
que había estallado cerca de la frontera, otros aseguraban que había explotado
la gasolinera o el arsenal cercano de Fort Bliss, y los más
perspicaces apuntaban a los experimentos que los americanos estaban haciendo un
poco más al norte desde el final de la guerra. Morris J. Boretz, que
conducía junto a su hija, vio una estela en el cielo y el impacto al sur de Río
Grande, y le pareció “una explosión nuclear en miniatura”.
A las pocas horas se editó una edición especial de El
Paso Times y los vendedores gritaban a la multitud. “¡Extra! ¡Extra!
¡Lo último sobre el cohete!”. La información del diario empezaba a aclarar lo
sucedido. “El Paso y Juárez han sido bombardeados este jueves por la noche
cuando un cohete alemán V-2 fuera de control, lanzado desde las instalaciones
de White Sands, en Nuevo México, se estrelló y explotó en lo alto de una loma
rocosa a 5 kilómetros
y medio al sur de Ciudad Juárez”, decía la información. “El cohete gigante
estalló en una zona deshabitada de colinas escarpadas y barrancos”, añadía,
“Nadie ha resultado herido”.
El periódico incorporaba otros testimonios. Un policía de El Paso, W.D. White, fue testigo de la explosión. “Las llamas se elevaron hacia el cielo en forma de hongo”, aseguraba. “Parecía un pajar ardiendo”. Victor Robinson vio el proyectil desde Fort Boulevard. “Vi el cohete pasar justo por encima de mi casa. Parecía que iba a caer en medio de la ciudad”. Muchas cristaleras y escaparates de El Paso se rompieron por el impacto, entre ellas las del cuartel de bomberos. El reloj de la oficina del sheriff, añade la crónica, se paró exactamente a las 19,32h a causa de la explosión.
Después del impacto, soldados mexicanos acordonaron el
cráter hasta la llegada de personal militar de EEUU, que se personaron en
el lugar rápidamente. Los curiosos ya se habían llevado parte del material del
cohete a modo se suvenir y otros trataban de acceder hasta el lugar montados en
burro. La verdad se conoció en cuanto el gobierno mexicano pidió explicaciones.
Lo que había caído en su territorio aquella noche era un misil bautizado como Hermes II),
un derivado del cohete V-2 fabricado y lanzado por el creador del artefacto, el
propio Wernher
von Braun, y los técnicos alemanes que habían desarrollado las temidas
bombas nazis. Ahora trabajaban para adaptar la tecnología de sus cohetes a los
medios estadounidenses.
La nueva vida de estos científicos había comenzado con la caída
de la Alemania
de Hitler, un par de años antes. En la primavera de 1945, con los soviéticos a
las puertas de su laboratorio, el profesor Von Braun y su equipo de científicos
se embarcaron en un tren con papeles falsificados y cruzaron el país para entregarse
a las fuerzas aliadas.
Comprendiendo la importancia de adelantarse a los rusos, los
americanos se dirigieron a toda velocidad a Peenemunde y Nordhausen, se
hicieron con todos los cohetes V-2 que quedaban y los embarcaron con destino a
Estados Unidos. En lo que se bautizó como Operación
Paperclip, más de un millar de científicos alemanes y sus familias fueron
acogidos por EEUU y reclutados para trabajar tanto en el ejército como
en empresas privadas. Y por esos caprichos del destino, en apenas un par de
décadas los cohetes V-2 que asolaron Europa evolucionaron hacia los inmensos
Saturn V que permitieron a la humanidad llegar a la Luna.
Las explicaciones del incidente de El Paso y Ciudad Juárez
las dio el general Harold R. Turner, al mando del complejo de White Sands,
quien lo atribuyó a un fallo en el giroscopio del cohete. Este
problema, explicó, había provocado que el Hermes II se desviara de su
trayectoria inicial y terminara cayendo en territorio de otro país. El misil se
elevó a 65 km
y estuvo 5 minutos en el aire antes de caer a unos 320 m/s. El lanzamiento,
explicó Turner, formaba parte de una serie de pruebas de las partes del cohete,
que no llevaba carga explosiva, salvo el alcohol y el oxígeno líquido que usaba
como combustible y que causó la deflagración. EEUU indemnizó a México
por el incidente y pagó los daños causados en los alrededores de Ciudad Juárez.
Según los datos oficiales, entre 1946 y 1952 se lanzaron
unos 67
misiles tipo V-2desde la base de White Sands y se sospecha que se produjo un
segundo incidentesolo unos meses después, en octubre, cerca de la ciudad
mexicana de Chihuahua. A partir de aquellos cohetes “perdidos” se estableció un
protocolo más estricto de seguridad para impedir que los experimentos de Von
Braun y sus chicos causaran alguna desgracia. El incidente del V-2 en la
frontera mexicana quedó para la historia como uno de los momentos más
surrealistas de la Guerra
Fría. Se cuenta que uno de los técnicos alemanes que
participó en los lanzamientos solía comentar en broma: “No solo fuimos la
primera unidad alemana infiltrada en el ejército de EEUU, sino que
¡atacamos México desde suelo americano!”.
Este artículo forma parte del libro ¿Qué
ven los astronautas cuando cierran los ojos?, de Antonio Martínez Ron.